Cinco personas murieron en el accidente que finiquitó el mítico trazado urbano
Recuerdos amargos
A lo largo de tantos años hemos viajado en el tiempo para rescatar historias que nunca deberían desaparecer. Normalmente nos gusta recordar aquellas hazañas heroicas que dan sentido al espíritu deportivo y competitivo de esta apasionante locura. Pero estaríamos faltando a nuestra obligación informativa si obviáramos recuerdos amargos. Y uno de los más amargos vividos en España cumple ahora cuarenta años: la tragedia de Montjuïc. Un gran agujero negro en la historia del automovilismo español. Sirva esta emotiva narración, desde el más absoluto respeto, como homenaje a las personas que dan sentido a todo este invento: las asistencias y los aficionados anónimos.
Un barrio histórico
Montjuïc es hoy un tranquilo barrio acostado en su homónima montaña que se eleva a 173 metros sobre el nivel del mar en la bella Barcelona. Los edificios de los Juegos Olímpicos de 1992 sobresalen y dan un ambiente claramente deportivo a la zona. Las Fuentes de Montjuïc sorprenden a los turistas con sus impresionantes juegos de agua.
La cultura se respira por las esquinas, con teatros, museos, mercados e innumerables locales de restauración. La existencia de un antiguo cementerio judío, todavía hoy existente, bautizó al lugar como "monte de los judíos", que derivó en Montjuïc. La exposición internacional de Barcelona de 1929 urbanizó grandes sectores de la montaña y creó un lugar idílico, dentro de la ciudad, donde la naturaleza y la arquitectura se dan la mano con armonía, con la imponente presencia del Estadio Olímpico. En lo alto, el castillo parece observarlo todo con parsimonia. La gente pasea tranquila. Las madres llevan a sus hijos de aquí para allá. Alguna regaña a su pequeño por cruzar la carretera sin mirar. Los coches van y vienen llevando a sus atareados ocupantes urbanitas. Los semáforos cambian de color y los pasos de cebra regulan la velocidad del tráfico. Parece mentira que hace justo cuarenta años, el 27 de abril, aquí se disputara una carrera urbana de la máxima especialidad del automovilismo: el Gran Premio de España de Fórmula 1 de 1975. El último de la historia disputado en un circuito urbano en España hasta que se inaugurara el de Valencia.
De pista ciclista a circuito de F1
El circuito de Montjuïc recogió el testigo del de Pedralbes, que había dejado de organizar carreras de Fórmula 1 tras el terrible accidente en Le Mans en 1955. España había salido así del calendario de Fórmula 1, pero regresó en 1968 cuando se organizó la primera carrera en el Jarama. Se acordó entonces alternar la organización del Gran Premio de España entre el asfalto madrileño y las calles del barrio barcelonés de Montjuïc, en un circuito que recogía la esencia del antiguo trazado donde se venían celebrando las más diversas competiciones automovilísticas, motociclistas y ciclistas. El 4 de mayo de 1969 se dio la salida a la primera prueba de Fórmula 1 organizada entre los guardarraíles de Montjuïc. El trazado asombró por la combinación de dos zonas bien diferenciadas: una muy rápida y desafiante, peligrosa y emocionante, y otra muy lenta, revirada y técnica. Los desniveles de las carreteras y el impresionante telón de fondo de la ciudad eran algunas de las características que pronto convirtieron a la prueba española en una rareza dentro del calendario de la máxima especialidad. Tres pruebas más se disputarían, en 1971, 1973 y 1975. Fue esta última la más dramática que se recuerda.
Los otros hechos del fin de semana
Hoy podríamos estar recordando aquella carrera por otros hechos destacables, como los primeros puntos logrados por una mujer en la Fórmula 1. Bueno, en realidad Lella Lombardi consiguió medio punto al llegar sexta con su March-Ford cuando la carrera se suspendió. Más por delante, Jochen Mass firmó su primera y única victoria en Fórmula 1 con un McLaren-Ford. Podríamos añorar el impresionante trazado español, con zonas tan espectaculares como el cambio de rasante, donde los monoplazas incluso llegaban a despegar del suelo algunos centímetros a toda velocidad. Pero no es así, porque todo el Gran Premio de España de 1975 estuvo marcado por la polémica y la tragedia desde el principio.
Conato de boicot
Que el circuito, y más concretamente los guardarraíles, no hubiera sido terminado a tiempo para los entrenamientos libres del viernes disgustó tanto a los pilotos que varios de ellos no participaron en la primera sesión. Ellos mismos, a través de la asociación de pilotos, se personaron caminando por el circuito, revisando y comprobando cómo algunos guardarraíles estaban mal fijados, e incluso algunos de ellos estaban sueltos, sin tornillos ni remaches. La madrugada del viernes al sábado, un séquito de mecánicos trabajó para subsanar les deficiencias encontradas por los pilotos, y parecía que todo estaba a punto para la clasificatoria. Aun así, siguió habiendo discrepancias: la seguridad del circuito parecía haberse quedado anticuada para una Fórmula 1 que, a mediados de los años 70, empezaba a alcanzar prestaciones estratosféricas. Varios equipos y pilotos avisaron de que no iban a salir a la pista, así que se les amenazó con que si no competían podrían incumplir sus respectivos contratos y compromisos contraídos, con las correspondientes represalias que se pudieran ejercer. La guerra estaba abierta.
Fittipaldi se niega a correr
Pese a las amenazas, Emerson Fittipaldi, uno de los pilotos más concienciados y que más luchó para mejorar las condiciones de seguridad de los pilotos en su época, se negó a participar en la clasificatoria del sábado. En declaraciones para Televisión Española, el campeón brasileño expresó su malestar ante la situación, después de encontrar remaches rotos y una serie de deficiencias en la seguridad: "Nosotros no tenemos ningún problema con el circuito. Simplemente el circuito no cumple con las especificaciones de la FIA. Todos los guardarraíles están mal instalados". Pero para evitar castigos posteriores, salió a la pista, dio una vuelta y regresó a boxes sin la más mínima intención de marcar un tiempo competitivo. Eso sí, para la carrera ni siquiera vistió el mono. Lo tenía bien claro. No así Niki Lauda, que consiguió la primera posición en la parrilla, seguido de Clay Regazzoni, que completó el doblete de Ferrari. La noche del sábado al domingo estuvo cargada de tensión y sentimientos encontrados. El domingo por la mañana, pese a todo,los aficionados, bastante ajenos a toda esta política y lucha interna, se agolpaban en las gradas improvisadas, alrededor de las vallas y sobre el mobiliario urbano del maldito trazado. Su pasión, ilusión y emoción cargaban el ambiente y dieron color a una jornada que sólo debió teñirse de deporte. Pero, desgraciadamente, no fue así.
De mal en peor
Como un mal augurio, ya en la salida comenzaron los accidentes: cuando el pelotón arrancó y superó el cambio de rasante del Estadio, Branbilla intentó adelantar a Mario Andretti, pero erró y le golpeó. Andretti, a su vez, tocó a Lauda, que lideraba la carrera en sus primeros compases. Fue un accidente en cadena. Estaban llegando a la primera gran frenada, el Ángulo de Miramar, una horquilla muy delicada. Regazzoni también se vio involucrado en el accidente, y tuvo que retirarse con la suspensión rota. Pudo cancelarse la carrera, y ojalá así hubiera ocurrido, por cualquier motivo, por cualquier excusa. Pero no: la carrera continuó y las cosas entonces fueron de mal en peor.
La tragedia
Tras retirar los coches accidentados, la prueba siguió. Poco a poco, y aprovechando errores ajenos y los numerosos accidentes y abandonos, el alemán Rolf Stommelen consiguió subir posiciones y acabó liderando la prueba con su Hill-Ford. Era una sensación nueva para él, pues nunca antes había logrado ir en cabeza de una carrera de Fórmula 1. Desgraciadamente era una sensación que no le duraría mucho tiempo: al inicio de la vigésimo sexta vuelta pisó el acelerador a fondo en la recta principal. Era un tramo de la pista ancho, que permitía una gran velocidad para afrontar el sector del rasante. Un suave viraje a la izquierda desembocaba en el primer ángulo. Pero Rolf no llegó hasta él. Acosado por un rival, el alemán mantenía un ritmo alto. Los periodistas y fotógrafos se apostaban a pie de pista, parapetados tras los guardarraíles. De repente, la tragedia. Un cámara de televisión sólo pudo grabar cómo se produjo el fallo mecánico que propició el fatal desenlace: el alerón trasero del bólido se desprendió súbitamente, a toda velocidad, salió volando y dejó a Rolf sin ningún control sobre su montura desbocada, que despegó y volcó fuera de la pista. Atravesó las vallas de seguridad. Fue un desastre. Los enredados y retorcidos metales de las vallas se confundían con los restos del coche destrozado. Los daños materiales fueron lo de menos: por el camino, el coche se había llevado por delante a más de una decena de personas. Muchos yacían malheridos en una amplia zona donde comenzó a reinar el caos. Se acercaron los primeros comisarios, espectadores voluntarios y las asistencias de primeros auxilios. El desconcierto era total y se empezó a temer lo peor.
Cinco dolorosas pérdidas
La carrera continúa. Nadie ajeno a la zona del accidente sabe a ciencia cierta qué ha pasado. En la rasante, un comisario salta a la pista para retirar del asfalto el alerón que se ha desprendido. El coche ha aterrizado casi cien metros más adelante. Nadie sabe hasta qué punto la gravedad del accidente va a cambiar la historia del automovilismo para siempre en España. La tragedia es tan brutal que las cámaras de televisión no aciertan a enfocar los restos del monoplaza. Ha desaparecido. Cuando lo encuentran, lo hacen en el peor lugar posible: detrás de las vallas de protección, en una zona delimitada pero llena de personal autorizado, periodistas, bomberos y asistencias, bajo el enorme cartelón que señala una distancia de doscientos metros hasta la primera curva. Gracias a que la zona estaba restringida a personal autorizado, probablemente hoy no estemos hablando de una tragedia todavía mayor. Aun así, cuatro personas fallecen al instante: un periodista, un bombero y dos comisarios. Más tarde, una quinta víctima fallecería en el hospital por las heridas causadas. Todos, en cualquier caso, eran seres humanos. Todos, reunidos para prestar ayuda o pasión a una competición deportiva de alto nivel.
Adiós a Montjuïc
Rolf está vivo: grita y se retuerce de dolor: tiene varias costillas, una pierna y un brazo rotos, pero sobrevivirá. Cinco almas menos afortunadas se quedan en el lugar. Incomprensiblemente, la carrera no se suspendió y continuó cuatro vueltas más, hasta que finalmente fue cancelada, otorgándose la mitad de los puntos a quienes llegaron a la meta. La polémica sobre el trazado barcelonés duro años, décadas. La Fórmula 1 no regresó a Montjuïc. Pero la pasión por la velocidad nunca ha abandonado el lugar. Un lugar que para unos es sinónimo de pasión; para otros, de dolor. En cualquier caso, muchos creen que las críticas por la ajustada infraestructura, la supuesta inseguridad del trazado y los fallos en los remaches y los tornillos de las vallas no hubieran evitado una tragedia que podría fácilmente haber ocurrido en otros circuitos similares, como Mónaco. Han pasado ya cuarenta años y Montjuïc hoy es sólo un precioso barrio de Barcelona. Los más jóvenes ni siquiera intuyen lo que ocurrió aquí mismo, en las aceras de sus manzanas, entre el césped de sus parques, bajo las sombras de sus casas. La vida sigue y lo que nos queda es el respeto para esas cinco personas que dieron su vida en lo que debió ser sólo una fiesta de velocidad y pasión. Por ellas, para ellas, nuestro más sentido recuerdo.
Vía Cdthef1.com