Monza el templo de la velocidad
No es el viento queriendo atravesar el casco para llegar a las sienes. Tampoco el jaleo del público, que queda en un segundo plano por el endiablado rugido del motor, en la espalda, escupiendo llamaradas. Es el traqueteo del asfalto. Un asfalto liso cuando se recorre a pie, pero igual que una calle adoquinada cuando se sobrepasan los trescientos veinte kilómetros por hora. Eso es velocidad. Otra dimensión. Es Monza. Una religión.